¿Estamos perdiendo este recurso vital de sanación? Por  Deb Dana  Marzo/abril 2019

SEGUNDA PARTE

Un abordaje polivagal del toque

¿Por qué usar el toque en la terapia, desde una perspectiva polivagal? Recordemos que antes introdujimos el concepto de neurocepción, en referencia a un escaneo continuo y alerta del conjunto del SNA, lo que nos permite captar señales sutiles de seguridad o peligro mientras interactuamos con cualquier persona o ambiente en particular. Un cliente detecta estas señales en una sesión de terapia tan fácilmente como en cualquier otro lugar. Por ejemplo, si el profesional retira brevemente el contacto visual, exhala con demasiad fuerza o frunce un poco los labios, el cliente puede pasar repentinamente de vago-ventral a modo simpático (lucha o huida) o vago-dorsal (respuesta de colapso), y su “cuerpo-mente” emite instantáneamente una advertencia de que el terapeuta se ha vuelto poco fiable y peligroso.

Para ayudar a guiar al cliente a un estado vago-ventral seguro, los terapeutas necesitan estar regulados ellos mismos y emitir señales de cuidado y conexión. Las palabras significan relativamente poco aquí. En cambio, el profesional debe enviar señales no verbales -tono de voz, posición del cuerpo, suavidad de la mirada, posiblemente un toque suave- para restaurar la conexión y ayudar al sistema nervioso del cliente a volver a la seguridad.

He descubierto que, de todas estas señales no verbales de seguridad, el toque puede ser especialmente efectivo, porque es una experiencia directa y tangible de soporte. Como ha dicho Porges, sentirse “seguro en los brazos de otro” es una de las vías más poderosas para restablecer la sensación interna de bienestar. Por supuesto, el uso del contacto físico en la sala de terapia es una tarea sumamente delicada, ya que dependiendo de la historia del cliente, el toque puede ser una de las señales más peligrosas que puede percibir. Por tanto, en este terreno me muevo despacio y con cuidado, asegurándome de que el cliente esté siempre involucrado, a cargo del proceso.

Introduzco suavemente el toque desde mi primer encuentro con los clientes, a través de un apretón de manos, tanto al principio como al final de la sesión. Pero no lo hago explícitamente hasta que los clientes han completado su mapa de perfil personal inicial, y hemos analizado sus claves no verbales de seguridad y peligro. En algún momento, les pregunto si estarían dispuestos a hablar sobre el toque, y cómo lo han experimentado en el pasado. ¿Han tenido alguna experiencia intrusiva y dañina? ¿Alguna durante el desarrollo? En este momento de su vida, ¿qué tipos de contacto no son deseados y cuáles podrían estar bien?

Para facilitar esta parte de la conversación, hablo de los tipos de contacto físico que pueden evocar la calidez vago-ventral, la angustia del simpático o el adormecimiento vago-dorsal, respectivamente. Este “menú” incluye ejemplos de los tipos de contacto de apoyo que podría ofrecer, incluyendo (pero sin estar limitado a los mismos): el tocar la mano de un cliente, poner palma con palma de la mano, colocar mi mano en la parte media superior de la espalda, o poner mi mano en la rodilla, en el hombro, en la parte superior del brazo, la parte inferior del brazo o en el codo. Exploro especialmente el significado de un abrazo, ya que el abrazo es una petición común de los clientes y no siempre es una forma deseada de contacto. Experimentamos con varios tipos de toque del “menú” para averiguar con cuáles se sienten cómodos y con cuáles desregulados y, usando la escalera SNA como nuestra guía, creamos un mapa “táctil”.

Basándonos en esta información, llegamos a un acuerdo explícito sobre el toque, una declaración escrita que especifica qué modos de toque se perciben como “nutritivos”, con cuáles podríamos continuar experimentando cuidadosamente y cuáles traen una respuesta desregulada del SNA demasiado grande como para considerar su uso en la terapia. Escribimos el acuerdo juntos, asegurándonos de que el lenguaje establece claramente lo que hemos aprendido del “mapa táctil”. Y con este acuerdo, disponemos de una guía para aplicar el toque en la terapia.

La delicada “danza” del toque

Cuando Sarah vino a mi consulta para su primera cita, se sentó fatigosamente y miró a la alfombra. La profesora de historia de 38 años ya había visto a otros dos profesionales, quienes, según ella, habían malinterpretado sus frecuentes silencios como una resistencia al proceso de terapia. “Uno me instó a hacer contacto visual, mientras que el otro me dijo, haciendo un juicio de valor, que parecía desinteresada”. Se encogió de hombros. “Dije que me sentía un poco vacía; no sabía de qué otra manera explicarlo”, dijo. “Tal vez no haya solución. No lo sé”.

Hablamos un poco más sobre la larga experiencia de Sarah con el vacío. Cuando terminó, le hice algunas preguntas aclaratorias y compartí con ella un poco sobre la perspectiva polivagal. Parecía interesada, así que le ofrecí un mapa en blanco para que lo rellenara. En la parte superior de la escalera -la zona vago-ventral- no pudo identificar muchas experiencias personales, pero dijo que ocasionalmente sentía lo que llamaba “dulzura”, cuando “el mundo parece amistoso”. En el medio, que representaba el sistema nervioso simpático, Sarah identificó reacciones como “listo para correr” y de “comer fuera de control”. “Puedo comerme una caja entera de Oreos de una sola vez”, admitió. “Me calma, al menos temporalmente. De lo contrario, estoy como revuelta y el mundo está totalmente desorganizado”.

Mientras miraba la parte inferior de la escalera -el estado vago-dorsal de ensimismamiento- comenzó a asentir con la cabeza en señal de reconocimiento. “Así es como me siento normalmente”. “Mi agujero negro”. Dijo que desde ese lugar podía funcionar bastante bien con sus estudiantes y amigos, “pero por dentro estoy cerrada” y “el mundo es un lugar vacío”. Luego reveló que cuando era preadolescente, había sido repetidamente abusada física y sexualmente por un amigo cercano de la familia.

Mientras escuchaba, usé mi lenguaje corporal: me senté tranquilamente en la silla y dirigí una mirada suave con una ligera inclinación de la cabeza, para hacerle saber que yo era una persona “segura”. Luego le sugerí a Sarah que su desaparición en un “agujero negro” era en realidad la forma en que su sistema nervioso había estado tratando de protegerla del daño. “Puede que te hayas sentido como una víctima indefensa, pero en realidad eras una superviviente con determinación”, le dije. Tenía sentido que su intensa y larga desregulación le hubiera hecho imposible mostrarse, ser visible, y estar lo suficientemente presente para participar, comprometerse en la terapia o en su vida diaria.

Una vez que Sarah identificó y describió los estados de su sistema nervioso en la escalera de su perfil personal, introduje el tema del toque. Me dijo que en el momento en que alguien intentaba tocarla, aunque fuera con suavidad o como apoyo, se sentía amenazada. Sin embargo, anhelaba un contacto afectivo. “Veo a otras personas cogidas de la mano y quiero eso”, dijo. “Cuando veo amigos abrazándose, mi corazón se encoge”. La voz de Sarah se había vuelto un poco temblorosa, pero su expresión seguía siendo estoica. “Sé que el toque es para otras personas, no para alguien tan dañado como yo.”

“Te escucho”, dije en voz baja, asintiendo con la cabeza. “Si estás dispuesta, podríamos profundizar un poco en esa creencia”. Le pregunté si estaría dispuesta a experimentar con un “menú táctil” que le ayudara a percibir y nombrar los tipos de contacto físico que evocaban “dulzura”, “desorganización” o “agujero negro”. Mientras Sarah lo consideraba, le dejé sentir mi propio estado regulado, mi sistema nervioso enviándole señales de que era seguro dar el siguiente paso. Respirando con inhalaciones y exhalaciones lentas, mirándola con una mirada suave pero concentrada, le “telegrafié” que yo estaba tranquila y presente y que no había ninguna exigencia. Me acomodé en la silla, permitiendo que mi cuerpo relajado inspirara seguridad. Esperé en silencio a que Sarah respondiera, sabiendo que estar sentada de forma segura y en silencio también envía un poderoso mensaje de regulación.

“¿Dónde estás en tu mapa de la escalera ahora mismo?” pregunté, para hacer una comprobación tras un momento.

“Estoy sintiendo la atracción de mi agujero negro”, dijo. “Pero tu cara está evitando que yo desaparezca. Cuando me miras, siento que me ves y que te permanecerás conmigo. No me siento juzgada”.

“Percibe eso”, dije en voz baja. “Observa el mensaje que mi sistema nervioso está enviando al tuyo. Mira si puedes sentir un poco de tu lugar de ‘dulzura’ mientras hago de “contenedor” con mi energía vago-ventral”.

Sarah y yo nos estábamos conectando, de sistema nervioso a sistema nervioso, un prerrequisito esencial para la curación terapéutica. Aun así, ella dudaba. “El toque da miedo”, murmuró. “La gente se lastima cuando se toca”. Asentí con la cabeza, mirándola con ojos suaves. “Sé que es mucho cambio pensar que el toque puede ser seguro y enriquecedor, que algunos tipos de toque darse de hecho en tu estado de ‘dulzura’ y que algunos, como sentir una mano sobre tu mano, pueden ayudarte a alcanzarlo.”

Sarah respiró profundamente. “Sí. De acuerdo, vamos a intentarlo”.

Echando una mano

En el curso de las siguientes sesiones, nos abrimos camino a través del “menú táctil”, rastreando tanto los pequeños como los grandes cambios en el sistema nervioso de Sarah, mientras experimentábamos con una serie de toques potencialmente curativos. Se sorprendió la primera vez que encontramos un toque que ella sintió que pertenecía a la “dulzura”. Este fue el toque de palmas con palmas, en el que pusimos las manos delante de nosotros, y las manos de Sarah se movieron lentamente hacia las mías hasta que encontraron la conexión. Pregunté: “¿A dónde te lleva tu sistema nervioso ahora mismo?”

“Está bien”, dijo Sarah, con un tono indeciso. “Quizás es bueno. No sé cómo describirlo. Supongo que…, ¿raro?”

Pregunté: “¿Tiene la energía del ‘agujero negro’? ¿Tal vez hay confusión? ¿O un poco del sabor de la dulzura?”

Nos quedamos palma con palma por unos instantes, y a continuación Sarah susurró, “Creo que estoy encontrando la cima de mi escalera”.

Mientras seguíamos escaneando el menú, Sarah encontró otros toques que evocaban su estado vago-ventral, incluyendo la colocación de mi mano en la mitad de su espalda, así como el estar sentados una al lado de la otra, tocando la parte superior de nuestros brazos. Probamos otros toques, como el de nuestros pies, o una propuesta para sujetar su mano que activó su sistema simpático. Otros, como un toque en su rodilla o en la parte inferior de su brazo, desencadenaron el colapso. Exploramos cuidadosamente el menú de toques, hablando de cada opción antes de probarla y haciendo el movimiento lentamente para que cada toque se manifestara plenamente. De esta manera, pudimos rastrear el primer movimiento de desregulación, detenernos y considerar el siguiente paso. A veces Sarah sabía exactamente dónde hacer el toque y a veces quería experimentar un poco más.

Una vez que probamos con varios tipos de toques del menú, llegamos a un acuerdo sobre los toques, que identificaba los que estaba dispuesta a recibir de mí en los puntos en los que podría ser útil mientras trabajábamos, y en cuales se sentía insegura y fuera de los límites.

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Deb Dana, LCSW, médico clínico, es coordinadora del Traumatic Stress Research Consortium en Kinsey Institute en el Instituto Kinsey y desarrolladora de la serie de formaciones “Ritmo de Regulación”. Es coeditora, con Stephen Porges, de Aplicaciones Clínicas de la Teoría Polivagal, y autora de La Teoría Polivagal en la Terapia. Actualmente está escribiendo “Ejercicios polivagales para terapeutas y clientes”: “Dando forma a su sistema hacia la seguridad y la conexión”.

Contacto: deborahadanalcsw@gmail.com

FOTO © GETTYIMAGES/TRACK5

Artículo original en inglés